Posada

Nueve días antes de la Navidad, la comunidad Cristiana donde vivo lleva a cabo lo que ellos llaman “Posada”. Es una tradición anual de práctica de fe entre la gente Mexicana aquí, recordando el tiempo en que José y María andaban buscando una posada en donde ella pudiera dar a luz a Jesucristo.

Durante esos nueve días por lo general participé con nuestros parroquianos en la Posada en la parroquia del Cuerpo de Cristo, en el Rancho Anapra, Juárez, México. Me sentí conmovida por las palabras del canto que se canta durante la ceremonia. Viajamos a una casa cada una de las nueve noches. En cada casa, un grupo estaba afuera sosteniendo los “Peregrinos” que es una estatua de María sobre un burro con San José al lado. El grupo de dentro responde a su petición cantando, y la pareja es reconocida y se le permite entrar.

Cuando las personas cantan: “Mi esposa es María, es la Reina del cielo y Madre va a ser del Divino Verbo” me sentí verdaderamente emocionada, ya que esas eran las palabras que San José decía mientras buscaba un lugar donde Jesús pudiera nacer. Aprendí a ver y honrar a San José por ser el guardián de la Palabra.

En el octavo día de la Posada, las personas me pidieron que sostuviera la estatua de los peregrinos y dirigiera al grupo que tocaba la puerta. Vi una muchedumbre siguiéndome. Miré la estatua de los peregrinos que sostenía, y recordé que esta es la manera que se me invita a peregrinar con la gente aquí en el Rancho Anapra, estar abierta, ser parte de su familia en su peregrinar, colocando a la sagrada familia en el centro de nuestras vidas y nuestras familias. Mi jornada con las personas es feliz y de compartimiento de vida. Siento la paz de ser capaz de ver más allá de mi pequeña fe.

En silencio oré para que, en nuestra jornada de fe juntos, abramos nuestros corazones para permitir que Jesús guíe siempre nuestras vidas. Creo que esto es cuando sentimos la verdadera paz interior, entonces, podemos compartir la paz del Señor Jesús unos con otros. La hermosa tradición de fe de la Posada se convirtió para mí, una manera de confiar a la Sagrada Familia la protección de todas las personas y sus seres queridos, especialmente los migrantes que están abandonando sus países por la violencia, guerra, injusticia, discriminación, y pobreza. Esta es la realidad que vivimos hoy.

Reflexionando en esta simbólica jornada de fe del pueblo Mexicano, llegué a una profunda conciencia de que dentro de mí es el espacio donde el Señor Jesús quiere habitar. Me pregunto entonces, ¿con cuánta frecuencia abro mi corazón para escuchar y sentir la presencia de Jesús en mí, en lo más profundo de mi ser?

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