Fraternidad: un corazón que se expande más allá de las luchas de poder

Ha sido anunciada la nueva encíclica ‘Fratelli tutti’ del papa Francisco sobre la “fraternidad humana y la amistad social”. Será firmada el 3 de octubre de 2020 en Asís.

En torno a la importancia que reviste la aparición de una nueva enseñanza del Papa sobre este tema en el contexto presente, Vida Nueva entrevistó al mexicano Rodrigo Guerra López, filósofo, miembro del Equipo Teológico del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), integrante de la Academia Pontificia por la Vida y fundador del Centro de Investigación Social Avanzada (CISAV).

PREGUNTA.- ¿Qué podemos esperar de la próxima Encíclica del papa Francisco dedicada al tema de la fraternidad humana y la amistad social?

RESPUESTA.- Tengo la impresión que el papa Francisco nuevamente nos sorprenderá anunciando el evangelio en su simplicidad esencial. Habrá que esperar aún algunos días para estudiar y meditar el texto y no adelantar vísperas. Sin embargo, ya es posible entrever en los diversos mensajes y documentos que nos ha regalado a lo largo de su pontificado que la expresión “fraternidad” habrá que entenderla de manera “análoga”, es decir, en sus múltiples posibilidades dentro de la semántica cristiana. Las ideologías siempre buscan un sentido “unívoco”, estrecho, de las palabras. Intentan poner trampas y hacer tropezar al Sucesor de Pedro.

Bastó que en el “Documento sobre la Fraternidad Humana”, firmado por el papa Francisco y el Gran Imán de Al-Azhar, se introdujera la expresión “hermanos” para que de inmediato algunos lanzaran suspicacias como si se buscara construir una inter-religión inmanentista que disolviera la especificidad de la fe. Algo similar pasó también al publicarse ‘Laudato si´’. Desde los primeros renglones se nos recuerda la importancia de reconocer, siguiendo a Francisco de Asís, no sólo al prójimo sino a nuestra “casa común” como una “hermana”. La verdadera inteligencia cristiana opera siempre animada por la “analogía”, es decir, por constatar lo que las cosas tienen de “semejante” y de “diferente”. La “analogia entis” y la “analogia fidei” son una dimensión constitutiva del pensar auténticamente cristiano.

P.- Parece ser que el mundo marcado por la pandemia es el gran escenario que el papa Francisco reflexiona en su nuevo documento. ¿Por qué puede ser pertinente el tema de la fraternidad en este contexto?

R.- La pandemia posee una dimensión heurística: nos ayuda a aprender a reconocer cosas que veníamos arrastrando desde hace mucho y a las que no les hemos puesto suficiente atención. Una de ellas es el modo de resolver los conflictos. La lógica del poder que ha imperado en el siglo XX ha marcado una pauta con la que Hegel o Nietzche estarían muy contentos: los conflictos se resuelven a través del triunfo de la fuerza. Esta mentalidad no sólo habita entre los grupos y movimientos no-cristianos o anti-cristianos sino aun al interior de algunos en la Iglesia. Para estos lo importante es “vencer” aunque esto comporte posponer o anular la verdad.

En los procesos electorales en curso o en ciertas luchas a favor de valores fundamentales tiende a imperar la lógica del combate y se mira con desconfianza a quien tiende puentes, a quien reconoce algo de verdad en el adversario o a quien al luchar no busca destruir sino dejar una puerta abierta por la que sea posible transitar. La fe cristiana, por su parte, apunta hacia otra dirección: la unidad es superior al conflicto, la comunión es método de acción política, todos somos hermanos y estamos llamados a comportarnos como tales aun al momento de tener desacuerdos.

La manipulación política de la fe
P.- ¿La mentalidad de combate supone posponer o anular la verdad?

R.- Hace poco conversando con algunos amigos muy comprometidos con la defensa del matrimonio y la familia me decían que en ocasiones para mantener “caliente” y “animada” a la gente es preciso “espantar” un poco, haciendo construcciones simplificadas sobre el origen del mal y sus agentes. Me decían por ejemplo que tal vez no sea muy acertado –filosófica y políticamente hablando– afirmar que el “marxismo cultural” y el “Nuevo Orden Mundial” son los causantes de la mentalidad pro-gay pero que afirmar estas cosas sí sirve para mantener la tensión en orden a la lucha cívica. Yo traté de explicarles que ese tipo de sobresimplificación es un mal diagnóstico –filosófico y político– que conduce a estrategias igualmente malas en el orden práctico. Entre otras cosas, induce a dinamitar todo puente de diálogo con quienes no piensan como nosotros.

La conversación terminó cuando mis amigos me dijeron que tal vez esto así sucedería y que a otros, no a ellos, les correspondería el evangélico trabajo de levantar “lo que quede” luego de la batalla. Desde mi punto de vista, este es un ejemplo de cómo se claudica a la verdad en nombre de la fuerza. Lo importante en estas mentalidades es triunfar aun utilizando medios como la “mentira piadosa”, la sobresimplificación ideológica y el sacrificio de puentes de comunicación y abrazo cristiano. Por supuesto, también hay que decir que poco ayudan los ejemplos de quienes desde el otro lado y también renunciando a la verdad, buscan justificar conductas sexuales contrarias a la complementariedad y reciprocidad entre varón y mujer. Como en un juego de espejos, los extremos –conservadores y liberales– se retroalimentan entre sí, y con el tiempo, tienden a parecerse en sus formas de comportamiento fundamentales.

P.- ¿Cómo se traduce esto en el terreno electoral contemporáneo?

R.- En países con gobiernos neopopulistas, como los de México y Estados Unidos, que viven en el momento presente intensos procesos políticos y electorales, la polarización desgarra a los hermanos. Tal vez lo novedoso, al interior de casos como estos, es la manipulación política de la fe. El choque entre posturas contrapuestas lleva a exaltamientos irracionales y al uso instrumental de aspectos sumamente delicados al interior de la conciencia de las personas, como lo es su sensibilidad religiosa.

P.- ¿Es legítimo que un obispo o un sacerdote participen en una convención organizada por una fuerza o partido político?

R.- Cuando un sacerdote o un consagrado participan en actividades partidistas generan grave escándalo y comprometen la universalidad de la propuesta de la Iglesia para con todos. El ministerio sacerdotal y episcopal son ministerios que conllevan derechos y obligaciones precisos. Entre las obligaciones existen deberes para abstenerse de acciones que de suyo son dignas pero que corresponden a nosotros los laicos el realizarlas conforme a nuestra propia vocación. El “Directorio para el Ministerio y la vida de los Presbíteros” lo dice claramente: “las actividades políticas y sindicales son cosas en sí mismas buenas, pero son ajenas al estado clerical, ya que pueden constituir un grave peligro de ruptura de la comunión eclesial”. Así mismo, el Código de Derecho Canónico prohíbe taxativamente a los clérigos participar en el ser o en el quehacer de un partido político (canon 287 § 2). Los obispos no están exentos de esta normatividad.

P.- En Estados Unidos los católicos –republicanos y demócratas– se descalifican entre sí. ¿Cómo es posible anunciar el evangelio de la fraternidad al interior de estas contiendas?

R.- Cuando los católicos republicanos recuerdan que existen posibilidades reales de que el crimen del aborto se amplíe a través de un gobierno demócrata, aciertan. Así mismo, cuando los católicos demócratas señalan el posible endurecimiento de medidas que lastiman la dignidad y los derechos de la población migrante y el desprecio hacia el cuidado del medio ambiente de los republicanos, dan en el blanco. El verdadero problema inicia cuando los católicos republicanos o demócratas se tornan acríticos sobre sus respectivos partidos y no son capaces de reconocer que las exigencias de la fe, y muy particularmente de la Doctrina social de la Iglesia, les posibilitarían tener una mirada más amplia y objetiva sobre las graves deficiencias de ambas posturas ideológico-partidistas.

La Doctrina social de la Iglesia es una verdadera “teoría crítica” que ayuda a mantener la identidad católica por encima de la pertenencia partidista, ayuda a recordar nuestra fraternidad elemental y por lo tanto, nos recuerda la importancia de nunca destruir al otro. Más aún, la Doctrina social de la Iglesia salvaguarda nuestra necesaria libertad y evita que nos volvamos esclavos de consignas ideológicas parciales. Antes que políticos somos católicos. Cuando esto se invierte, la ideología inunda la mente y confunde el corazón de las personas. La fraternidad con todos es posible cuando vivimos con seriedad y hasta el fondo la fe. Sólo así es posible defender con valentía y ternura a la mujer adúltera sin justificar su adulterio. Sólo así es posible el abrazo sincero del católico republicano al demócrata, y viceversa.

P.- En México los procesos electorales que culminarán en el verano de 2021 recién han comenzado ¿encuentra usted escenarios similares a los antes descritos? ¿la fraternidad que anuncia Francisco puede ayudar a sanar el desgarramiento social en México?

R.- México está, en efecto, desgarrado por múltiples violencias. En este contexto, la manipulación política de la fe también acontece en todos los flancos. El presidente Andrés Manuel López Obrador gusta de usar expresiones, imágenes y lenguajes teológicos o para-teológicos para legitimar sus tomas de posición políticas. Recientemente ha proyectado en una conferencia de prensa un video con frases del papa Francisco y se ha puesto a decir frente a las cámaras que el corazón del evangelio son los pobres para así intentar avalar sus polémicas iniciativas en materia de desarrollo social.

P.- Esto no es nuevo, ¿verdad?

R.- Desde la época de Teodosio I y el edicto de Tesalónica en el año 380, algunos gobernantes han instrumentalizado políticamente la experiencia cristiana. El uso político de la fe no ha beneficiado ni al Estado ni a la Iglesia. Y poco importa si se manipula la sensibilidad religiosa de las personas desde la izquierda o desde la derecha. El problema es el mismo: se utiliza la fe para radicalizar las posturas, para dividir los campos, para legitimar las decisiones propias con la absolutez de lo divino, dejando de lado la verdadera enseñanza de Jesús y del Magisterio: una misma fe puede dar lugar a posturas políticas diversas. Es legítima la pluralidad de posturas políticas entre los católicos.

El evangelio y la experiencia de la fe deben trascender los compromisos político-partidistas y ayudarnos a mantener una constante inconformidad respecto de los grupos y organizaciones políticas en los que participamos. Lo que el papa Francisco le decía alguna vez a unos jesuitas aplica muy bien en este terreno: un buen católico comprometido en política, siempre es un hombre de “pensamiento incompleto”, es decir, abierto a corregir y a revisar sus conceptos. Solo así, en apertura real de mente y corazón es posible apreciar la verdad que hay en el otro –sea mi amigo o sea mi contrincante-. Solamente así la fraternidad puede emerger como respuesta de corazón ante el asombro que me provoca la humanidad inquieta del otro.

Abrazar a los hermanos y… construir bien común
P.- La política parece ir siempre en contra de la fraternidad humana. ¿No será preciso imaginar un mundo sin política?

R.- La política contemporánea se encuentra enferma. Ha perdido su “ethos” originario. El papa Francisco en su importante discurso del 4 de marzo de 2019 lo decía breve y claramente: “la política no es mera búsqueda de eficacia, estrategia y acción organizada. La política es vocación de servicio, diaconía laical que promueve la amistad social para la generación de bien común. Sólo de este modo la política colabora a que el pueblo se torne protagonista de su historia”. Es imposible pensar la vida del pueblo sin amistad social, es decir, sin política entendida como servicio de construcción fraterna del bien común. Existe una conexión esencial entre fraternidad y bien común. El bien común se nutre de contenido cualitativo si quienes estaban distanciados se han reconciliado de corazón y trabajan juntos sin manipularse. Esta manera de entender la política es una dimensión constitutiva de la vida social y una proyección laical del mandamiento del amor.

P.- ¿Es necesario que los fieles laicos redescubramos el compromiso político como parte de la vida cristiana ordinaria?

R.- El fiel laico que reduce su fe a una mera experiencia de vida interior censura aspectos decisivos del misterio de la Redención: Jesús ha venido a salvar y liberar todo lo humano, sea interior, sea exterior. Así mismo, quien se vuelca a la acción política “cristiana” sin cuidar la vida interior termina desgarrado por el activismo y el funcionalismo eficientista. Es en la intimidad de la conversión sincera, en el reconocimiento doloroso de nuestra traición y pecado, que podemos recomenzar con la ayuda de la gracia en la vida cristiana y disponer el corazón para abrazar a los hermanos y eventualmente construir bien común.

Recuerdo a un maestro durante mis estudios de licenciatura. Intentaba convencerme de su manera “combativa” de ver las cosas. Había leído mucho a Meinvielle, a Plinio Correa, a Ousset y a ese tipo de pensamiento integrista aparentemente “tradicional” pero profundamente gnóstico. Quienes no “combatían” a su modo eran miembros de una “espiritualidad pantuflezca”, decía él. Un día, tratando de que me sumara a su postura, me increpó: “hay que ser amigos y hermanos si no, seremos tus jueces implacables”. Recuerdo el impacto que me provocó esa frase. Tenía yo 21 o 22 años. Sentí algo de amenazante en ella. Justamente, la nueva Encíclica del papa Francisco creo que aparece para corregir nuestra mirada en este punto. Jesús nos invita a ser siempre más amigos y hermanos que jueces de los demás. El ya no nos quiere “siervos” sino “amigos” para que desde esa experiencia procedamos a manifestar las consecuencias culturales de la fe con alegría, con valor, pero sin actitudes reaccionarias. Fraternidad en buena medida significa ampliar el horizonte de mi mezquino corazón hacia horizontes que rebasen los meros intereses de poder.

P.- ¿Cómo se puede aprender la fraternidad?

R.- La vida de Jesús es una propuesta de amistad. Seguir a Jesús es seguir a uno que  quiere ser mi hermano, ¡y hermano de todos! En América Latina tenemos una ayuda especial para aprender esto: María de Guadalupe. Cuando en el siglo XVI el conflicto y el resentimiento entre indígenas y españoles parecía irresoluble, la Virgen de Guadalupe reconcilia a los pueblos y los introduce en una pedagogía basada en la fraternidad. No me deja de sorprender cómo san Juan Diego, siendo indígena y laico, es escogido por María para llevarle la buena noticia al obispo. El prelado muestra su escepticismo pero finalmente su corazón cede.

Los últimos de la historia, los más olvidados y marginales, una vez más se tornan así en instrumento de la acción misteriosa de Dios. De esta manera, vencidos y vencedores, se arrodillan delante de nuestra Madre común, y surge con el tiempo, un nuevo pueblo mestizo, una cultura barroca y una vocación fraterna que esperemos florezca plenamente en este “Continente de la Esperanza”. El florecimiento tendrá que ser personal y comunitario hasta alcanzar nuevas formas de integración regional para colocar a América Latina en un lugar adecuado en el concierto de las naciones. Todo esto es un camino educativo por el que todos tendremos que pasar. No se nos ahorrará el esfuerzo pero Dios nos acompañará, como siempre, con paciencia.