Encontrando a Dios en Tiempos de Confinamiento

Como muchos otros misioneros Columbanos antes que yo, he dedicado muchos años tratando de promover relaciones armoniosas entre cristianos y musulmanes en el su de las Filipinas, un lugar que ha presenciado muchos malentendidos y conflictos entre partidarios de estas dos religiones mundiales. Nuestro objetivo ha sido siempre una presencia reconciliadora, un puente, entre las comunidades musulmanas y cristianas. Debido a que cristianos y musulmanes hablan diferentes lenguas filipinas, es necesario poder hablar ambas para ser puente entre estas dos comunidades. Así que, en 1997, después de emplear dos años aprendiendo y practicando Binisaya, la lengua de los cristianos, me puse a aprender Merango, la lengua hablada por los musulmanes de la región. Por este tiempo me había enamorado de la impresionante belleza tropical del paisaje del sur de Mindanao y solía disfrutar del senderismo en las vastas cadena cordilleras que sobresalían la extensión del Mar de las Célebes que se extiende hacia Indonesia y Malasia.

Cuando me mudé a la ciudad musulmana de Malabang para estudiar y practicar la lengua Meranao, pude continuar mis paseos vespertinos en el hermoso campo tropical, escuchando el llamado a la oración desde los innumerables minaretes, mientras miraba la puesta del sol sobre el mar del Sur. Aquí es cuando podía sentir particularmente cerca la bondad y grandeza del Aquel a quien nosotros los cristianos llamamos Dios y los musulmanes llaman Alá.

Todo esto, sin embargo, se detuvo repentinamente cuando un día escuché a alguien gritándome desde mi espalda, mientras tomaba mi paseo vespertino después de un día de estudio del idioma. Era Bebe, una de las incondicionales de la comunidad parroquial católica en la parte trasera de una motocicleta conducida por su hijo. “¿Qué crees que estás haciendo Padre? ¡Vuelve a casa inmediatamente!” Gritó. “¿Por qué?” le dije. ”Estoy en mi paseo vespertino. ¿Qué tiene de malo?” “¿No has oído que las pandillas secuestradoras por rescate están operando de nuevo?” advirtió. “Están empezando a secuestrar hombres de negocio locales. Té eres extranjero. Tú vas a ser el siguiente. ¡Vete a casa y déjate de tonterías!” “Pero ¿qué pasa con mi caminata diaria, Bebe? Necesito el ejercicio y lo necesito para mi cordura después de un día de estudio del lenguaje,” supliqué. A lo que ella replicó: “no vas a tener necesidad del lenguaje o de tu cordura si te matan.” “Pero necesito mi ejercicio.” Le supliqué de nuevo. “Puedes hacer tu ejercicio en el patio de la escuela,” insistió.  El patio de la escuela era del tamaño de tres campos de básquetbol y estaba rodeado por una valla de alambra alto por motivos de seguridad. Esta iba a ser la extensión de mi mundo por los próximos cuatro meses, más o menos, ya que Bebe estaba decidida a que yo no fuera secuestrado, a pesar de mis protestas. “Ustedes sacerdotes nos hablan sobre el sacrificio, ahora es tu tiempo de ponerlo en práctica,” ella me lo recordaría, y ¡no tenía una respuesta que pudiera coincidir con eso!

Mirando a través de la cerca de alambre y caminaba rápidamente en círculos alrededor del patio de concreto cada noche para mi ejercicio. Me sentía como si estuviera en una prisión, incluso en confinamiento, ya que todos los niños se habían ido a casa, estaría caminando ese pequeño mundo de concreto por mi cuenta. Recuerdo que para evitar la idea de que estaba en prisión, me concentraba en un solitario manzano estrella que podía ver a través de la cerca y me imaginaba que estaba caminando en el campo. Luego me detenía a mirar al cielo que se tornaba rojo a través de las hojas del manzano estrella, como la puesta del sol de alguna manera se ocultaba en el horizonte, a menudo intentaba imaginar que estaba en la cima de una montaña con vistas al Mar de Célebes. De alguna manera, en ese momento, mi pequeño mundo crecía y se ensanchaba. Y cuando oraba, con frecuencia recordaba a San Juan de la Cruz cuando fue encarcelado en una celda negra por un largo período de tiempo; y lo que le dio fuerza para sobrevivir, fue que cada vez que podía se concentraba en la pequeña grieta de luz que entraba en su celda cada día. Para él esa era la presencia perdurable de dios en medio de toda su oscuridad y sufrimiento. Y Bebe tenía toda la razón: la incomodidad de no poder ir a mi caminata diaria era un pequeño “sacrificio” que tenía que soportar comparado con lo que San Juan de la Cruz tuvo que soportar y comparado con las dificultades y el sufrimiento de tanta gente en el sur de las Filipinas tenía que soportar cada día debido a la pobreza y a la guerra.

Mientras escribo esto, es ahora 2020, y el diario incremente del número de casos de COVID 19 aquí en Manila significa que no tenemos más remedio que permanecer dentro del recinto de la Casa Regional de los Misioneros Columbanos. Somo muy afortunados en comparación con la mayoría de la gente; ¡el espacio del jardín dentro de las cuatro paredes es más de veinte canchas de básquetbol! La mayoría de las familias aquí tienen estar confinadas en una casa del tamaño de un veinteavo de la cancha de básquetbol. Después de seis meses de “confinamiento,” todos deseamos poder salir de este “encerramiento.” Deseo caminar otra vez en el campo e incluso pasear por la orilla del mar o subir una montaña. A pesar de que estamos en medio de la jungla de concreto que es Manila, tenemos como una docena de árboles. Mientras camino el circuito de nuestras instalaciones y escucho los sonidos de los pájaros e insectos que han venido a quedarse en Manila debido a la reducción de la contaminación de la disminución del tráfico que el COVID 19 ha provocado, miro atentamente y con amor a las ramas y los diversos tonos de verde de las hojas en nuestra selección de árboles e inmediatamente, nuestras pequeñas instalaciones se transforman en un vasto mundo de naturaleza y belleza. Y mientras reflexiono en la puesta del sol a través de la masa de hojas brillantes de nuestro enorme árbol baniano (ficus), me siento atraído una vez más al Dios de los cristianos, al Dios de los Musulmanes y a la Luz del Mundo que nunca abandonó a San Juan de la Cruz es su tiempo de aislamiento total.

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