Una Comida que Reconforta

Fue en noviembre 2020 que conocí a Mike (no es su nombre real). Iba a mi oficina después de una de las visitas domiciliarias en el área urbana de la parroquia de Malate (Filipinas) a entrevistar candidatos para el comedor de Beneficencia de la parroquia (aka. Programa de alimentación). Mientras esperaba por la señal para cruzar en el semáforo me llamó la atención, y tan pronto como lo vi , el personal y yo naturalmente nos acercamos a él. Es un camino que tomo varias veces al día pero extrañamente fue la primera vez que llamó mi atención. Estaba sentado en un pequeño espacio en la esquina del edificio del condominio donde se queda a dormir. Su apariencia reflejaba su dura vida en su totalidad: una cara delgada, cuerpo delgado, manos ásperas, y pies con varios rastros de heridas que se habían infectado.

Mike nació en la Isla Samar (centro-este de Filipinas), y cuando sus padres murieron, vino a Manila con su hermano para ganarse la vida. En ese momento, el tenía solamente 15 años, y la puerta de empleo tristemente no se abrió para él porque no había terminado su educación. Mientras iba de un lugar a otro, llegó a Malate. Vivió y sobrevivió mendigando a los turistas. Cuando el turismo dejó de visitar después de la pandemia del coronavirus, se ganaba la vida recolectando y vendiendo papel de desecho y chatarra. Tenía a su lado un cochecito con papel de desecho el día que lo vi. Algunas veces recibe algunos productos con inminente fecha de vencimiento de las tiendas cercanas y se las come. Cualquiera puede decir que Mike tiene necesidad, y se ha convertido en beneficiario del programa alimenticio. Fue un día de agradecer a Dios por Su providencia al reconocer a Mike en ese breve momento que esperaba el cruce de peatones.

El Comedor de Beneficencia es uno de los programas ministeriales de desarrollo de servicio social de larga duración de la parroquia de Malate. Con el brote de coronavirus y la cuarentena comunitaria implementada por el gobierno, no tuvimos más opción que detener el programa. Sin embargo, cuando las reglas se suavizaron ligeramente pocos meses después, el primer programa que la parroquia reanudó fue el programa del comedor de beneficencia. En esta pandemia muchas cosas cambiaron, no sólo en el programa de comedor de beneficencia, sino también en nuestras vidas. Los cambios mayores fue el incremento del número de beneficiarios. Muchas personas de las zonas urbanas pobres sufrieron hambre y pobreza en medio de la pandemia. Perdieron su medios de subsistencia y sus trabajos. Como resultado, no era fácil para ellos comer todos los días. Esperamos ayudarlos a salvar su vidas y empezar a proporcionar comidas a más personas.

Servimos a 100 personas todos los días para el almuerzo., de lunes a domingo. Nuestros beneficiarios son los vulnerables de las zonas urbanas pobres: ancianos, niños, enfermos y habitantes de la calle como Mike. La comida que les proporcionamos no es mucha, no es un plato especial, pero para algunos beneficiarios que conozco, la comida puede ser la primera y la última comida del día.  Estoy prestando más atención a la comida: organizo un menú diferente cada día para que puedan probar una variedad de alimentos, comprando productos frescos y cuidando también mi cocinado. Rezo mientras preparo la comida para que aquellos que comen esta comida puedan ser consolados por un tiempo con una comida caliente durante este tiempo difícil y no enfermarse y permanecer en la vida.

Mike viene al centro para almorzar todos los días. Esperaba que él ganara peso y mejorara su salud a través del programa de alimentación.  Sin embargo, aquí no hay un cambio tan dramático. Mi idea de esperar esto a través de una sola comida puede haber sido ambiciosa. Más de un año después, todavía tiene bajo peso y a menudo está enfermo. Cada vez que le daba un lonche, siempre hacía contacto visual y expresaba su gratitud: "Gracias por permitirme comer una comida adecuada al día". Duele ver sus ojos inyectados en sangre debido a su cansancio, pero su sinceridad se transmite a través de sus ojos. Es lo mismo para los demás, siempre dicen "gracias" cuando reciben la comida. Al principio, me sentí un poco tímida de recibir un saludo de agradecimiento porque simplemente hago lo que tengo que hacer. Sin embargo, me di cuenta de que su "gracias" incluye gratitud a los voluntarios, al personal y a los benefactores que patrocinan el programa de alimentación para que pueda continuar. Les respondo "gracias también", "cuídense" o "disfruten de su comida".

Los beneficiarios del programa que saben apreciar incluso las pequeñas cosas y expresar gratitud desde sus oídos son espejos que reflejan la vida para mí y buenos maestros que evitan que me vuelva insensible a mi vida diaria. Me dirijo a la cocina nuevamente para prepararme para el almuerzo de hoy para nuestros beneficiarios, con la esperanza de que una comida satisfaga no solo su hambre física sino también su hambre espiritual.

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