Casa Acogida

Las sombrías realidades aquí en la frontera entre Estados Unidos y México, de El Paso, Texas, y Ciudad Juárez, México, son los gemelos migrantes y de pobreza. Nosotros, los misioneros Columbanos viviendo y trabajando en esta área, hemos estado acompañando a los migrantes. Nosotros les damos la bienvenida, protegemos, promovemos, e integramos los migrantes cunado llegan a ambas fronteras, en Juárez, México, y El Paso, Texas. Esta ha sido mi misión aquí todos estos años que he estado trabajando en este lugar a donde Dios me envió. Durante los años que he estado aquí, he oído muchas historias de sufrimiento del pueblo mexicano. Emigraron de sus provincias de origen a Juárez, huyendo de la violencia y pobreza, para encontrar una mejor vida y el sueño de cruzar la frontera para trabajar en Estados Unidos. Viajo con ellos, lloro con ellos, le acompaño en sus alegrías en sus momentos dolorosos.

A veces no sé cómo hablar del amor de Dios con ellos. Mi presencia en visitarlos, saludándolos siempre que nos encontramos, es una manera de mostrar el amor de Dios. Al estar aquí, confortando, escuchando y acompañándolos y dando esperanza, estoy mostrándoles el amor de Dios. Mi experiencia del amor de Dios no es para hablar de ello sino de tomar acción. Las experiencias del sufrimiento de las personas se han convertido en enojo con la iglesia, Dios, y otras personas. No saben en quién confiar. La acción y la práctica de mi fe como misionero seglar es demostrarles que aún hay buenas personas que acogen, protegen, promueven e integran emigrantes en sus comunidades. Juntos formamos comunidad. Juntos nos ayudamos y cuidamos unos de otros, y comienza el proceso de sanación y paz.

En 2018-2019, cuando los migrantes llegaron de Centroamérica, nosotros, los Columbanos misioneros y la comunidad de Rancho Anapra, tendimos la mano a nuestras hermanas y hermanos de Honduras, Guatemala, El Salvador, y Nicaragua. Fue otra experiencia desafiante para mí cuando escuché las historias llenas de tristeza y dolor de todos los días. Sentí su sufrimiento cada vez que las escuchaba y lloré con ellos. Esto me hay hecho orar, orar, y orar todos los días.

Un día, cuando volvía cansado a casa, entré a la capilla y le pregunté a Dios, “¿Hasta cuándo, Señor?” Las lágrimas fueron mi plegaria ese día durante la Hora Santa de la semana de adoración en nuestra parroquia. Sentí la paz de Dios después de esta semana. En fe, creo que Dios escullará nuestras súplicas; El nos ayudará y está siempre con nosotros. Estos migrantes me han acercado a Dios y fortalecido mi fe.

Dios está conmigo y me guía en mis viajes con los migrantes todos los días para mostrar Su amor hacia ellos. Dios ama a la humanidad, y El me utiliza para mostrarles a los migrantes que dios está con nosotros en nuestros sufrimientos y un día no reuniremos con El, en Su tiempo.

Asistirles con la presencia y amor es lo que los migrantes necesitan hoy, porque han sido tratados inhumanamente por tanta gente. Me pierdo cuando estoy con ellos. Sin Dios, no puede acompañarlos, escucharlos, protegerlos, o compartir esperanza, amor y fe con el pueblo. Mi país, cultura, tradición, idioma, color de la piel son diferentes de ellos, pero el amor de dios me hizo parte de esta familia.

Todos somos migrantes, formado una comunidad Eucarística de nacionalidades de México, Estados Unidos, Fiji, Sur Corea, Filipinas, Guatemala, El Salvador, Honduras, y Nicaragua. Todos vivimos en el Rancho Anapra, Ciudad Juárez, México. Estamos practicando lo que el Papa Francisco dice en su mensaje acerca de los migrantes en este Día Mundial del Migrantes y Refugiados 2019:

“Queridos hermanos y hermanas, nuestra respuesta al desafía planteado por la migración contemporánea puede resumirse en cuatro verbos: acoger, proteger, promover, e integrar.”

Revista