Amor Incondicional: El Amor de Dios es Suficiente

La ciudad de Wuhan donde he vivido siempre está cambiando. Puedes ver nuevos eslóganes públicos casi todos los días. Las políticas de los trabajos y del gobierno cambian frecuentemente, los edificios son constantemente derribados y reemplazados por otros nuevos. Aún el clima en Wuhan esta siempre cambiando rápidamente. Eventos impredecibles tienen lugar a una velocidad vertiginosa.

Yo también hago cosas diferentes casi todos los días. Visito familias que tienen miembros con necesidades especiales, asisten a instituciones de capacitación laboral, realizan clases de arte, enseñan el idioma coreano y trabajan con la juventud Católica. Descubrí que he sido constantemente desafiada a mantenerme al día con los cambios desde que llegué a China. Me ha ayudado mucho a lidiar con estas circunstancias en constante cambio gracias a los muchos chinos que he conocido.

Cada semana visito la casa de Chae-wee, una linda niña de ocho años que se ha convertido en mi amiga. Le enseño a ella y a su madre terapia de arte. La mamá de Chae-wee no puede moverse con facilidad y le es muy difícil comunicarse con otros. Ha sido una amiga de los misioneros Columbanos durante 10 años y los conoció bien cuando nació su hija.

Chae-wee es una niña sana y adorable embaucadora. Es una estudiante excelente que saca buenas calificaciones en todas sus pruebas y es el orgullo y esperanza de su familia. Un día, mientras compartía su preciado bocadillo conmigo, de repente me preguntó por qué la amaba. Después de pensarlo por un momento le dije que era debido a sus calificaciones escolares. Pareció ponerse triste y rápidamente le dije que estaba bien sentirse orgullosa de sus resultados pero que le amaría aún cuando los resultados de sus pruebas no fueran tan buenos. Te amo, añadí, por el amor y cuidado que demuestras. Tú compartes tus preciados bocadillos con otros y les haces felices. No estaba segura de que ella entendiera lo que dije y que Chae-wee pensara de yo y otros no la amaríamos si los resultados de su escuela fueran malos.

Mientras reflexionaba en este incidente, me di cuenta del hecho de que podría estar haciendo buenas obras en China para que los otros me aceptaran y amaran. Si ese era mi motivo para trabajar en China los resultados no serían buenos. Si en verdad confiaba y creía que el amor de Dios era suficiente, entonces no tendría que estar buscando la aprobación de los demás. Si bien me lo he dicho varias veces, todavía me resulta muy difícil aceptarlo completamente.

De repente, la conversación que tuve con Chae -wee se me vino a la mente. No la amaba por algo en lo que sobresalía. Simplemente la amaba por ser la pequeña embaucadora. Me di cuenta una vez más que Dios me ama solamente por lo que soy y no por ninguna buena obra que pudiera hacer. Debo de confiar y creer en el amor de Dios. Oré para experimentar ese amor de Dios aun cuando el trabajo que hago en China parezca no tener resultados significativos, y no sienta que Jesús está en mi vida. Cuando me miré bien y a mi motivación para hacer un buen trabajo en China, pude darme cuenta de que con frecuencia buscaba una señal de Jesús.

Un día que me encontraba sentada sola y pensé en las personas que había conocido en China recordando a cada uno de ellos. Me di cuenta de que desde que conocí a cada uno de ellos nunca había experimentado momentos de infelicidad. Toda la gente había aceptado fácilmente a esta persona bastante torpe y débil. A medida que aumentó esta comprensión, estaba profundamente conmovida y di gracias por la felicidad que había experimentado en China.

Debido a mi codicia a menudo esperaba otras cosas y no podía ver que Jesús estaba siempre conmigo y me amaba a través de las personas que conocí todos los días. Al darme cuenta de esto sentí que deseaba poder devolver ese amor a la gente de una manera concreta.

Pasé tiempo recordando las personas que había conocido y empecé a recordar sus nombres. Recordé a todos aquellos que me ayudaron a prepararme para las clases de arte que ayudaba a las personas darse cuenta de que eran personas importantes, todos aquellos que compartieron sus comidas conmigo, los individuos que escuchaban mis historias, las que habían pasado tiempo conmigo, aquellos que me abrazaban con sus sonrisas mientras nos tomábamos de la mano y todas las personas que oraron conmigo. Le pedí a Jesús el poder continuar pagando a los demás con actos de bondad por el amor que Dios me había mostrado.

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