El Pan de Vida

La lucha de cualquier misionero es dar ayuda eficaz a los necesitados. Sin embargo, es muy difícil determinar en que forma ayudamos a los demás. En la década de 1990, cuando era seminarista, un hombre llegó tocando la puerta de nuestra casa central. Yo era la única persona presente en ese momento. El hombre deseaba hablar con un sacerdote. Le informé que no había nadie en ese momento. Me preguntó quien era. “Un seminarista”, le respondí. “¡Genial! ¡Puedo hablar contigo?” preguntó. Lo dejé entrar, y conversamos. El hombre decía que estaba muriendo de un cáncer incurable y no tenía dinero para pagar sus medicinas. Presentó varios documentos confirmando su condición. Después, hablo de su encuentro con Columbanos en otras áreas de Chile. Estaba bien informado sobre varios de nuestros hombres, por lo tanto, sonaba legítimo. Sintiendo lástima por él, le di unos $50 dólares, una buena suma en ese día. Meses después, el hombre regresó preguntando por mí. Otro Columbano vio al hombre y me dijo, “ese tipo ha estado muriendo por años”. Es decir, era un estafador. Verdaderamente, me sentí enojado de haber creído en su historia. Me negué a verlo, pero él insistió. Finalmente, decidí enfrentarme a él. El hombre me abrió su corazón diciéndome que su familia, esposa, etc., todos me agradecían por haber sido tan generoso y compasivo. De lo que llegó al punto, ¿puedo darle más dinero? Le dije que no tenía. Me preguntó si lo podía obtenerlo de otros sacerdotes. Le dije que sí, pero no los molestaría. Con esto, supo que el juego había terminado, se levantó, me estrechó la mano y se fue. Nunca más lo volví a ver.

Años después, como sacerdote, estaba trabajando en una parroquia urbana en Santiago de Chile. Habíamos abierto una cocina comunal donde ofrecíamos clases de cocina para mujeres para que pudieran vender productos horneados. Además, organizamos campamento de verano para niños por dos semanas. Las actividades organizadas hacían que el día fuera divertido para los niños. Las cocinas comunales estaban llenas de jóvenes voluntarios que preparaban los alimentos para los niños. El campamento de verano era una forma de sacar a los niños de las calles, no exponerlos a pandillas y a otros elementos dañinos, y recibir una buena comida. Sin embargo, una noche, los alborotadores saquearon nuestro complejo y robaron el refrigerador, horno, muchos utensilios de nuestra cocina comunal. Fue descorazonador ver a los de la misma comunidad destruir lo que ayudaba a su comunidad. No pensé que nos íbamos a recuperar. Sin embargo, al día siguiente, muchos de la parroquia se acercaron y donaron artículos como un refrigerador y horno usados. Fue genial ver la solidaridad entre la gente.

La pregunta inevitable es, ¿hay pobres merecedores y pobres no merecedores? La respuesta del Evangelio es difícil para muchos de nosotros ya que no hay distinción. El mandato del Evangelio es simple y directo: “Porque tuve hambre y me diste de comer, estaba sediento y me diste de beber; fui forastero, y me invitaste a entrar; desnudo, y me vestiste; estuve en prisión, y me visitaste”. Mateo 25, 35-36. Obviamente, el estafador me enfureció en ese momento. ¿Se merecía lo que le di? ¿No hubiera sido mejor enviarlo a la cocina comunal? Años después, pienso en ese momento y en el hombre. Verdaderamente, no conocía su situación, que le llevó a vivir su vida de esa manera, no podía determinar si lo que le daba en verdad lo ayudaba. Como misioneros tratamos de ser efectivos y organizados en nuestra ayuda a los necesitados de la parroquia. Sin embargo, hay momento en los que tenemos que hacer una llamada espontánea y dar un salto de fe. Después de todo, el hombre necesitaba el dinero más que yo sin independientemente de su condición. ¿Quién soy yo para juzgar? Nunca lo sabré, pero confía que el Espíritu lo sabe. La siguiente cita de Dorothy Day me ayudó a dejar de lado mi resentimiento contra ese hombre y verlo como a aquellos en la cocina comunal: El Evangelio nos quita para siempre nuestro derecho de discriminar entre los pobres que lo merecen y los que no lo merecen.

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