El Cielo en la Tierra de Rancho Anapra

Hay quienes se avergüenzan de sus raíces. Yo crecí en “El Hoyo”, un área en el Este de Los Ángeles en donde la pobreza, las pandillas y la felicidad abundan. Quienes no han vivido situaciones de pobreza pensaran que ser pobre es un abismo de tristeza y desilusión en donde la dignidad humana murió. Pero en realidad es todo lo contrario. A pesar de la violencia que me rodeo durante mi juventud, mi corazón sigue latiendo en éxtasis al recordar mi vida, pues los recuerdos buenos de mi niñez son mucho más que las malas experiencias que viví. Por un tiempo vi el mundo oscuro y triste, pero no fue por causa de la pobreza o por la violencia, fue por mi decisión de no creer en Dios y proclamarme ateo. En el momento que acepte mi realidad y abrí mi corazón a Dios es que mi mundo cambio y transformo mi vida llevándome de aventura en aventura por el desierto en busca de la tierra prometida.

En Noviembre del 2015, el Señor me llevo a una comunidad en Anapra, Ciudad Juarez Mexico en una área de bajos recursos pero que al igual a mi experiencia de niño, abundaba la felicidad. A pesar de los momentos difíciles, vi en los ojos del pueblo el rostro del Mesías en una misa que me trasporto al tiempo antes de que decidiera ser ateo. Recordé cuando mi madre me enseñaba a orar, cuando mi padre me llevaba a trabajar para enseñarme a ser responsable. ¿Porque tome la decisión de ser ateo si tenía los mejores padres y todo lo necesario para ser feliz? ¿Qué paso?  Era la pregunta que resonaba en mi mente como eco abismal.

Al seguir viviendo la misa, al ver el pueblo activo y presenciar el cielo en la tierra, sentí que era un momento que no quería que termine. Pero en eso vi algunos rostros muy cansados pero entregados. En eso escuche en una suave brisa la respuesta a mi pregunta… Lo que paso fue que deje de ver la gracia de Dios en los demás. Poco a poco sin darme cuenta, mis preocupaciones y cansancios los lleve a misa, pero no los presente a Dios en un ofertorio abierto y honesto en donde le dejaba mis problemas a El. Decidí ahogarme en mi propio mar de penas y poco a poco deje de ver el cielo en la tierra porque para poder aguantar este peso y no sentir dolor, mi corazón se tenía que hacer cada vez más duro. La misa se había vuelto en una rutina más. Una rutina que me llevo a no creer en Dios.

Bendito sea Dios por el pueblo de Anapra que me despertó! Cada lectura, cada voz que cantaba, cada instrumento que tocaba y cada sonrisa me fue limpiando los ojos del lodo y como el ciego de Siloe camine hacia Él y al recibirlo en cuerpo y sangre, pude ver. Vi un pueblo feliz y lleno de la gracia de Dios que a pesar de los problemas, de la pobreza, la violencia y las injusticias, vivían una fe viva.

¿Cuantos de nosotros vamos a misa sin vivir la misa? Tal parece que es más lo que criticamos a los demás que lo que los amamos y perdonamos. Oremos para que podamos ver el cielo en la tierra. Que podamos tener la dicha de ver con nuestros ojos espirituales a los ángeles volando entre nosotros. No nos enojemos por el niño que llora, pues en ese momento está cantando a Dios la misma melodía que entono en su primer día de vida! No critiquemos a quien no siguió una norma al pie de la letra pues estas cosas nos alejan y nos evitan la dicha de poder ver al Cordero de Dios vivo y presente en el pueblo. Y si no puedes ver a Cristo en TODO su pueblo, ¿Cómo pretendes quererlo ver en la eucaristía?

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