La Educación Nunca Termina

Cuando empecé mi compromiso a largo plazo como Misionera Laica Columbana, asumí el papel de catequista. El obispo John Lee de la Diócesis de Hsinchu me pidió que estudiara y adquiriera una certificación para la lengua indígena Atayal. Antes de la petición del obispo, había pensado aprender el idioma porque en mi lugar de ministerio algunas personas todavía usan su lengua materna más frecuentemente que el mandarín. Pero sentí que la petición del obispo era muy repentina, y no estaba lista para aprender otro idioma mientras todavía estaba aprendiendo mandarín. Pero cambié de opinión cuando me di cuenta de que probablemente era una oportunidad para mí de aprender la cultura. Afortunadamente, pude encontrar un maestro del idioma Atayal y comencé a aprender.

Cuando comencé a aprender el idioma, encontré el alfabeto desafiante. Aunque usan el alfabeto inglés, la pronunciación es ligeramente diferente, lo que dificulta el ajuste. Era confuso, porque estaba ya muy acostumbrada al alfabeto inglés. No tenía más remedio que memorizar todo. 

Estudié más duro que cuando tuve que prepararme para el examen de ingreso a la universidad. Aunque el obispo no me dio una fecha límite para pasar el examen, y sabía que no necesitaba presionarme demasiado, sólo quería ser responsable de lo que estaba haciendo. Porque mientras estudiaba el idioma Atayal, me sentí más cerca de ellos. Había pasado mucho tiempo desde que estaba en el entorno escolar, por lo que estudiar se convirtió en algo nuevo una vez más. Así que decidí confiar esta experiencia a Dios. Cuando llegué a Taiwán, estudié mandarín por un año. En ese tiempo, siempre pedí al Espíritu Santo que guiara mis labios y abriera mi mente para la misión como misionera. Creo que es el plan de Dios, así que lo sigo; si no, no podría encontrar ninguna otra razón.

Después de meses de estudiar el idioma Atayal, finalmente fui a un examen. Me encontré con algunos feligreses indígenas de nuestra parroquia en la sala de exámenes donde tomé el examen. Se sorprendieron de verme no solo aprendiendo su idioma sino también tomando el examen. La prueba se realizó de dos maneras, auditiva y comprensión oral. Durante el examen, estaba tan nerviosa porque un maestro no indígena hizo el examen. Sí, tuve que tomar el examen de idioma Atayal en mandarín. Fue muy difícil, pero hice todo lo posible de enfocarme en mi respuesta. Durante la comprensión oral, estaba nerviosa y me aseguré de contestar en voz alta con una voz clara. Pero el supervisor de la prueba encontró mi voz demasiado fuerte, se acercó a mí y me advirtió que hablara con voz baja porque todos en la sala podían escuchar mi respuesta. Me dieron una segunda advertencia porque mi voz estaba todavía demasiado fuerte.

Sentí que mi respuesta era demasiado corta durante la segunda parte del examen. Sabía que era todo lo que podía contestar, pero todavía tenía tiempo. Entonces, decidí cantar un canto Atayal que suelo cantar durante la Misa. El canto era acerca de dar gracias a Dios y confiarle nuestras dificultades. Sabía que el canto era irrelevante para la pregunta y no sabía que tanto podía afectarme en mis puntajes de los exámenes, pero deseaba hacer lo mejor posible. Quizás Dios vio mis esfuerzos y me dio su bendición. Finalmente, pasé el examen, y pude obtener una certificación. Estaba feliz por el resultado, pero lo que más tocó mi corazón fue la reacción de los feligreses. Cuando los feligreses supieron que estaba estudiando su idioma, mostraron un gran interés en mí y mis estudios. Estaban admirados y conmovidos de ver a una misionera extranjera luchando por aprender su idioma. Sentí que su actitud hacia mí de alguna manera se volvió diferente, y yo también me sentí más cercana a ellos que antes. Parecía que nos habíamos convertido en una verdadera familia. Anteriormente, me llamaban simplemente “Mahong” que es mi nombre indígena, pero ahora me llaman “Mahong Chuan-Dao”. Significa “la misionera Mahon”. Me sentí feliz y privilegiada de ser aceptada por el grupo y de haberme ganado su respeto.

Esta oportunidad de aprender el idioma local profundizó mi jornada misionera en Taiwán. Ya podía comunicarme con los feligreses indígenas en Mandarín pero desde que empecé a hablar su lengua madre trajo una gran diferencia en nuestra relación. También estaba agradecida con Dios por invitarme a hacer la misión de Dios de varias maneras. Dios caminó conmigo, me animó, y me fortaleció.

Aprender un nuevo idioma es probablemente la parte más difícil de la vida misionera. Pero también es la manera más efectiva de aprender la cultura, acercarnos más a las personas y ser uno con ellos como Dios se hizo uno de nosotros y vive con nosotros. Mientras aprendía un nuevo idioma, reconocí la presencia constante de Dios en medio de nosotros. Agradezco a Dios por esta oportunidad.

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