¿Ricos o Pobres?

¿Cuántos de nosotros hemos escuchado esas palabras de nuestros papás cuando les pedíamos algún juguete en la tienda? Pues yo no me excluyo. De niña siempre quería la ropa bonita y los juguetes que otras niñas tenían. Para mí, tener lo que los demás tenían era como un sueño que nunca se realizó. Y por ese sueño no cumplido, estoy agradecida y les voy a explicar por qué.

A muy temprana edad, yo pensaba que mi familia era pobre por no tener tanta ropa, por no poder comprarnos juguete tras juguete y de ir de paseos en familia todos los veranos de vacaciones. ¡Que equivocada estaba! Cuando preguntaba ¿Por qué somos pobres Mamá?” Ella siempre contestaba, “Nosotros no somos pobres, tenemos nuestra salud, con nuestra salud podemos trabajar, con nuestro trabajo podemos pagar esta casa, con esta casa, tenemos un hogar. Somos ricos a comparación a otra gente.” Aunque esa no era la respuesta que esperaba, siempre me dejaba con la boca cerrada. El aprender que en verdad no éramos pobres fue una lección que solo el tiempo y Dios me pudo enseñar.

Por mucho tiempo durante mi juventud, aun anhelaba todo lo que no tenía y siempre envidiaba a mis primas a quienes cada cumpleaños las llevaban de “shopping” y les compraban ropa nueva y siempre se iban de vacaciones a lugares divertidos como parques acuáticos y mucho más. Aunque me traían algún recuerdo de cada aventura, siempre me sentía triste al no poder hacer lo que ellas hacían.

Cuestionaba el por qué mis papás no nos compraban ropa nueva o juguetes o nos llevaban a lugares exóticos como a mis primas, pero después de tantos años puedo creer firmemente en lo que mi madre me dijo tantas veces. Hace un tiempo, un amigo me dijo algo que se me grabó: “Hay gente tan rica, que lo único que tienen es dinero.” Y es verdad, la fe, la salud y la felicidad no tienen precio, y aunque el dinero es necesario para vivir en este mundo, no lo es todo.

Ahora, tengo una perspectiva tan distinta sobre el dinero y lo que es realmente ser “rico.” Soy rica porque yo tengo a Dios quien ilumina mi camino y me da la confianza de enfrentar todos mis problemas. Soy rica porque puedo ver, puedo hablar, y puedo escuchar. Soy rica porque tengo un trabajo que me permite alimentarme o simplemente viajar de vez en cuando. Soy rica porque cada día que Dios me permite abrir los ojos, es un día más que me concedió para vivir.

La idea de que somos pobres si no tenemos el carro del año o ropa de marca es completamente absurda. La gente más rica que he conocido en mi vida, son las personas más felices y eso que viven en cuartos de barro en un pueblo “pobre”. Esa gente “pobre” ofrece las sonrisas más sinceras, porque ellos, a pesar de tener muy poco, lo tienen todo.

Mi madre fue muy pobre y muchas veces le pedía que me contara de su niñez. Era muy curiosa y me gustaba escuchar sus historias. Me platicaba cómo su mamá compraba un solo pan y con la poca leche que podían ordeñar, le daba de comer a sus 13 hijos. El hecho de ser una familia tan grande, hizo más difícil el poder alimentarlos a todos adecuadamente, pero así vivían. Unos dormían en el suelo, otros compartían un costal y quién sabe dónde más lograron acomodarse, pues fue una casa muy chica. A pesar de lo poco que tenían, me quedaba con los ojos abiertos cuando me contaba cómo se entretenían y divertían. Las niñas hacían monas con las hojas del maíz, jugaban fútbol con algún bote de soda que se encontraban, se iban al arroyo a bañar, y aunque difícil de creer, esa niñez era la gloria para mi mamá. Siempre nos decía a mis hermanas y a mí: “Sí, éramos pobres, pero felices.” Me ha asegurado una y otra vez que no cambiaría su niñez por nada. Siempre he admirado a mi mamá por decir eso con tanta certeza, hasta la fecha, ella sigue disfrutando de su ranchito querido en México. Mi mamá trabaja sólo por dos razones: pagar sus deudas y ahorrar para ir a su rancho.

Gracias a Dios, mi mamá consiguió un trabajo en una escuela que le permitía ir hasta tres veces al rancho. De ver lo mucho que se esforzaba por ir a visitar ese ranchito humilde, siempre se sentía triste de ver como sus hermanos que viven en México no valoraban el tesoro que estaba a la vuelta de la esquina. Mi madre se convierte en otra persona cada vez que llegamos a ese rancho y puedo ver lo profundamente feliz que está cuando la veo tomar café viendo el amanecer por las mañanas o cuando admira las chuparrosas que llegan a tomar del agua dulce que les pone o cuando ve nuevos arbolitos retoñando en la tierra. Cuando cruzamos el último portón antes de llegar a su famosa “tecorucha” (así le dice a su casita), veo en sus ojos una alegría y emoción que ni yo misma puedo explicar. Mi madre vuelve a su niñez cuando finalmente tiene a su casita en la mira. Esté empolvada o llena de arañas o hasta de alacranes, ella con toda la felicidad del mundo se pone a limpiar y a fumigar su humilde hogar. Eso es lo que la motiva a trabajar y a seguir luchando por volver una y otra vez. Ella, ante mis ojos, es rica porque lo que la hace más feliz es la belleza y sencillez de su querido rancho.

Ser rico no se mide por la cantidad de dinero o lujos que tenemos, sino por el amor en nuestros corazones por todo aquello que Dios nos ofrece. Dios nos dio atardeceres para disfrutar en compañía de alguien especial, amaneceres para admirar con una taza de café bien preparado, lluvia para ver como cae y riega nuestras flores y árboles, sol para sentir su calor en nuestros rostros, la luna para iluminar nuestros pasos en la noche, el mar para recordarnos lo verdaderamente pequeños que somos y para disfrutar de estos regalos no se requiere dinero.

Quizás nunca tendré la ropa que tienen otras personas, pero tengo lo suficiente. Quizás mi carro no sea el más nuevo, pero me lleva y me trae adonde necesito. He aprendido a ser feliz con lo poco que tengo y no necesito más. Algunas personas se les hace raro cuando digo que quiero correr bajo la lluvia o que me emocione cuando una nueva planta que tengo empieza a retoñar. Soy esa amiga “rara” porque disfruto de la vida como una niña. Ante los ojos de los niños, todo es extraordinario y así debemos vivir nuestras vidas. ¡Todo, hasta lo más simple, es maravilloso! ¿Qué esperamos para ir a gozar de ello? Hay una reflexión que habla de un hombre que le pide a Dios, “Dame todo para disfrutar la vida.” Y Dios le contestó “Te he dado vida para disfrutarlo todo.”

¡Pongamos eso en práctica! Mientras Dios nos permite vida, disfrutemos de todas las cosas hermosas que Él nos ofrece. íVe, madruga y admira ese amanecer, toma ese minuto para oler las flores, admira las millones de estrellas en la noche! Recuerda que hoy no es un día menos, es un día más.

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