¿Y Dios dónde está cuando sufrimos?

Rancho Anapra es una comunidad localizada al noroeste de Juárez, México. Dos veces a la semana las madres llevan a sus hijos discapacitados a la clínica Santo Niño para recibir terapia. Si los niños no pueden caminar, las mamás los llevan cargando. Incluso si las madres cuentan con sillas de ruedas para sus niños, es muy pesado para ellas avanzar por los caminos arenosos de Anapra.

Soy originaria de Fiji y antes de venir a Anapra fui misionera en Chile, pero anteriormente no tuve la oportunidad de trabajar con niños discapacitados. Trabajé con jóvenes en Chile y ese siguió siendo mi compromiso principal en Rancho Anapra.
Cuando vi las dificultades de las madres con sus niños discapacitados, quise ayudarlas de alguna forma. Sin embargo, yo que no cuento con preparación médica decidí simplemente estar con ellas y hacerles compañía.

En la clínica con la que cooperan los Padres Columbanos, “Santo Niño” para niños discapacitados conocí a Martín y a su mamá, Martha. Martín tiene nueve años de edad y no puede caminar, deglutir, o hablar. Lo alimentan por medio de un tubo insertado a través de la pared de su estómago. Sin embargo, entiende cuando la gente le habla y le sonríe.

Ellos son las personas olvidadas, especialmente las madres. Martha tiene cinco niños más que cuidar, así que ¿qué puede hacer por Martín? Un día me preguntó: «En medio de todo este sufrimiento, ¿Dios dónde está?» No supe qué contestar. Medité por un momento y comencé a hablar con la esperanza de decir algo que tuviera un significado para Martha.

Le dije a Martha: «Dios nos habla a través de las adversidades. Varias personas han llegado a tu vida a través de tu hijo discapacitado – las Hermanas que dirigen la clínica, otras personas y yo». Martha lo pensó por un momento y respondió: «Sí, es verdad. Si hubiese permanecido en casa no hubiera conocido a tantas personas. Incluso, aún entre las mamás que traen a sus hijos a las terapias, platicamos, y me siento con ánimos al verlas y escucharlas. Me fortalece saber que no soy la única que sufre por tener un hijo discapacitado».