Los años de oro

“Una bella ancianidad es ordinariamente, la recompensa de una bella vida”. (Pitágoras de Samos (582 AC-497 AC)

A veces es difícil ponerle un nombre a los últimos años de la vida y a quienes forman parte de esta etapa: los ancianos, los mayores, los grandes, etc. En el mejor de los casos deseamos revestir esta etapa de respeto, agradecimiento y amor. Sabemos que no es fácil; los que la viven bien hablan de tranquilidad interior, una forma diferente de creatividad a pesar de las limitaciones físicas y a veces mentales; pero también de perdida, de soledad, de aburrimiento, de sentirse inútil.

Recientemente visité la casa para sacerdotes retirados de los Padres Columbanos. Da gusto ver lo bonita que es y cómo al final de sus vidas estos misioneros tienen un lugar bello y acogedor donde pasar esta etapa de sus vidas. Algunos de ellos aún pueden mantener una cierta actividad apostólica, John Buckley quien fue misionero en Perú, ayuda como capellán de la cárcel local de mujeres. El Padre Frank Carroll que fue misionero en Japón visita a los enfermos en el hospital. Varios otros ayudan al clero local con alguna Misa o Confesiones, pero a otros la salud les va robando cada vez más actividad. Mientras estaba con ellos uno más tuvo que entregar su licencia para conducir, o sea convertirse en más dependiente de otros.

Al sentarme en la mesa con ellos, me hubiese gustado que contaran más fácilmente las historias de sus misiones. Generalmente les preguntaba donde fueron asignados y respondían “yo pasé 40 años en Japón, o, 20 años en Filipinas y 15 en Perú, o 38 años en Corea” pero no contaban más. Pronto entendí que las verdaderas historias no saldrían como resultado de entrevistas sino en conversaciones espontaneas. Ahora que voy conociendo más las historias de sus misiones, sé que ellos levantaron iglesias, construyeron comunidades, desarrollaron programas sociales que han tenido gran impacto en el progreso de los países en que vivieron. Sus vidas han hecho gran diferencia en la vida de miles de personas; pero todo esto es guardado en silencio y en gratitud hacia Dios en sus corazones. Me encanta comprobar que no hay nada de jactancia en ellos. Están convencidos que ha sido la obra de Dios.

Me gustó visitar a Barney Toal que en Octubre de este año, si Dios lo permite, cumplirá los 100 años. Él vive en una casa para cuidado de ancianos. Fue misionero en mi país natal, Perú; después vino a Estados Unidos y trabajó con la comunidad hispana y ¡se mantuvo activo hasta los 94 años! Empecé hablándole en inglés e inmediatamente me cambió al español, perfecto y sin acento de americano. Hablamos un poquito de todo, de Perú, de los hispanos aquí en Estados Unidos, del trabajo de los Columbanos en California. Estaba al tanto de todo, sereno, y en paz.  La enfermera que le trajo su medicina dijo que era una alegría tenerlo con ellas.

Siempre me ha gustado ese pensamiento de San Juan de la Cruz: “Al final de la vida seremos juzgados sobre el amor”. Quizás es también la única manera para vivir bien los últimos años de oro, amando y ofreciendo pequeñas alegrías a otros, amando y perseverantes en oración y amando y llevando en el corazón a todos aquellos con quienes un día se compartió el evangelio de Jesús.

 

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