La Angustia de una Madre

La pesadilla empezó cuando encontré a mi hija Diana de 10 años de edad, sangrado de las heridas después de ser abusada sexualmente. La llevé al hospital pensando que ella estaría a salvo y que tratarían sus heridas como a cualquier otro paciente, pero después de una noche ella fue sacada en un auto sin yo saber su destino. Corrí detrás del coche gritando para que me devuelvan mi hija, pero ellos se la llevaron. Volví al hospital para averiguar dónde se habían llevado a Diana y me enteré que ella había sido transferida a la casa gubernamental del INABIF (Programa Integral Nacional para el Bienestar Familiar). Tomé un taxi a sus oficinas y pregunté por mi hija, pero una vez más mis preguntas fueron ignoradas.

Más tarde ese día se la llevaron en otro coche en que me las arreglé para trepar. La enfermera que acompañaba a Diana recibió una llamada diciéndole que me pusiera fuera del coche. Así, el coche se paró y me obligaron a bajarme. Una vez más regresé al INABIF exigiendo saber dónde se habían llevado a Diana, pero nadie me lo decía. Finalmente oí a alguien decir por teléfono que había sido llevado a Pachacamac. Esta es un área en el sur de Lima del tamaño de una ciudad grande, pero lo mismo me fui en busca de Diana. La busqué por tres días completos cuando finalmente me encontré con un alto muro detrás del cual oí a niños jugando. Entonces escalé la pared y pregunté a una chica joven si conocía a mi hija y la describí a la joven. Ella dijo, "Sí, esta aquí" y me abrió la puerta para entrar. Pero antes de que yo pudiera entrar otra persona llegó en ese momento y me negó la entrada. Me quejé de que mi hija estaba allí y quería verla, rogando a la mujer que se pusiera en mi lugar de madre. Dijo que mi hija estaba ahí, pero necesitaría permiso para verla. Le pregunté dónde conseguiría este permiso, y ella respondió: "INABIF".

Regresé una vez más al INABIF y tras dos días de lucha con el personal finalmente recibí el documento que me permitía ver a mi hija. Cuando llegué a Pachacamac, se aceptó el permiso pero se me dijo que había visitas sólo los domingos, y que regresara entonces. Otros tres o cuatro días de espera, pero finalmente pude ver a Diana y seguí visitándola cada domingo. Yo solía ir temprano para tratar de entrar antes de la hora especificada, y me ofrecía para trabajar voluntariamente con el fin de estar cerca de Diana y así pasó un año de visitas. Diana siempre se quejó por el trato que recibió de los encargados. Allí fue golpeada y abusado y vivió en condiciones muy poco higiénicas. Pero ¿qué podía hacer? No había manera que se me permitiese sacarla y traerla a casa.

Entonces un día Diana fue acusada de romper algo en la cocina, y sus visitas fueron suspendidas. Cuando finalmente se me permitió entrar descubrí que ella ya no estaba allí, ella había sido transferida a otro lugar. Esto me llevó a INABIF donde eventualmente me enteré que se la habían llevado a una casa en San Martin de Porres, otra gran área al norte de Lima, y así empecé mi búsqueda otra vez. Finalmente alguien me señaló en dirección a Centro Santa Bernardita situado en la cima de una colina. Cuando llegué estaba ya a punto de estallar. Toqué a la puerta y fui recibida por Abel, uno de los psicólogos residentes. Él intentó calmarme y le conté algo de mi historia. Después le supliqué que me dejara ver a Diana. El contestó que ella estaba ahí y que iría a buscarla; y para mi alivio, después de un momento entró Diana corriendo y se echó en mis brazos. Le pregunté a Abél qué iba a suceder, si algo malo podría salir de esto, pero Abel me explicó los procesos del centro y me dio esperanza.

Habiendo hablado con Abel y después con Violeta, la psicóloga a cargo, pude ver que iba a ser mejor para Diana que se quedase allí para recibir la atención que necesitaba para superar la experiencia de haber sido abusada. Además la diferencia estaba en que yo podía tomar parte en el proceso y podía verla con frecuencia. El hogar infantil se convirtió en mi segunda familia durante el siguiente año. El personal del Centro hizo mucho por Diana y yo les estaré siempre agradecido a ellos. Lo que pueda hacer para ayudarles lo haré. Yo he crecido como ser humano a través de la terapia que recibí y ahora soy más capaz de darle a mi hija lo que ella necesita. Así que fui de la desesperación total pasé a la alegría, la felicidad y la esperanza. Estoy muy agradecida. Gracias al Hogar Infantil Santa Bernardita podemos vivir otra vez como una familia.

Revista